Son muchas las ocasiones en que mientras investigamos en el blog de El Malaguita alguna de las muchas historias que tenemos en nuestra provincia, sacamos material para otras muchas o, simplemente, recordamos algunas que no por conocidas dejan de gustarnos. Ese es el caso de la historia de hoy, que acudió a nosotros mientras contábamos la del Tragabuches y que en plena Cuaresma queremos recuperar: la leyenda del bandido Zamarrilla.
Nos situamos cerca de 1800, durante el reinado de Carlos III, con Cristóbal Ruiz Bermúdez, alias Juan Zamarrilla, un famoso bandido de Igualeja, capitaneando una cuadrilla de casi 50 salteadores a los que se le atribuían delitos de sangre, robos y secuestros. El Zamarrilla debía ese apodo a una cruz que los primeros habitantes del barrio de la Trinidad habían levantado al final de la calle Mármoles, en una amplia zona despoblada en la que crecía la zamarrilla, planta silvestre de escasa altura y de flores blancas o encarnadas y muy aromáticas, similar a la manzanilla campestre, lugar donde en 1788 se construyó la Ermita de la Zamarrilla para venerar y proteger a la Virgen de la Amargura.
Sus andanzas corrían de boca en boca en toda la provincia. Es más, se convirtió en una pesadilla de alguaciles, ministriles y corchetes, a quienes provocaba continuamente con sus temerarias fechorías, de ahí que todas las fuerzas oficiales de la época lo persiguieran con afán y apareciese continuamente reclamada su cabeza en pasquines a cambio de una considerable suma de doblones. Sin embargo, de cada robo repartía una parte entre los pobres de cada pueblo, por lo que su leyenda aumentaba entre la gente, que se negaba a decir nada a los soldados encargados de apresarlo.
En 1844 el mariscal de campo Duque de Ahumada es encargado de organizar la Guardia Civil, nuevo cuerpo creado para combatir la delincuencia, lo que supone un duro golpe para muchos bandoleros. De esta forma, cuando el hambre le apremiaba, el Zamarrilla llegaba a las cercanías de Málaga, en cuyo barrio de la Trinidad tenía una novia, la cual, de noche, y procurando no ser vista, proveía al perseguido de algún alimento.
Una noche, tras caer su banda cerca de Antequera y ser el único superviviente, Zamarrilla sube por el atajo que lleva a la ermita, se refugia en ella y se oculta donde se veneraba la sagrada imagen de la Virgen de la Amargura. Con la ermita rodeada por soldados, Zamarrilla ruega a la Virgen que le salve de sus perseguidores y, en el último momento, decide esconderse debajo de su manto. Cuando los soldados entran a buscarlo no lo hallaron y, tras mucho rato, deciden abandonar la búsqueda sorprendidos por no haber descubierto el escondite del bandido.
Zamarrilla, agradecido, coge la rosa blanca que llevaba guardada de su amada, y, poniéndose a la altura de la Virgen, lo clava con suavidad en el pecho de la imagen para que la rosa blanca se quedara sujeta. Es entonces cuando aquel hombre, contempla, entre el asombro y el miedo, que la rosa blanca que un momento antes había prendido en el sagrado pecho de la imagen… ¡se tiñe lentamente de un rojo tan intenso como la sangre! Es en ese momento cuando el Zamarrilla siente la necesidad de cambiar de vida y ser mejor, un hombre nuevo.
La tradición añade que el Zamarrilla se entregó a la Justicia y que asumió convencido la condena marcada por la Ley, pero que no llegó a cumplirla totalmente, porque fue ejemplo de buena conducta para todos sus compañeros durante el tiempo de su encarcelamiento. El arrepentido bandolero ingresó en un convento muy cercano al lugar en donde aquella Virgen recibía culto, y una vez cada año, coincidiendo con el aniversario de su arrepentimiento, el que antes había sido un temido malhechor bajaba por el antiguo camino de Antequera y se dirigía al oratorio de la Señora, a cuyos pies depositaba una rosa roja de las que él mismo cultivaba en el pequeño huerto del convento.
Una noche, cuando el Zamarrilla iba caminando una vez más al encuentro de la Virgen de la Amargura, es asaltado por bandidos. Zamarrilla, menos ágil que en otros tiempos, intentó defenderse recibiendo una puñalada mortal. Antes de morir, dice la leyenda popular, que desde el suelo levantó la rosa hacia el cielo y se le aparece La Virgen de Zamarrilla que le abre las puertas del Cielo. Antes de morir, Zamarrilla pudo ver a la Virgen que recogió la flor roja y la volvió de un blanco resplandeciente. Al no regresar al convento, los monjes salieron en su búsqueda y al amanecer, unos arrieros encontraron el cuerpo sin vida del anciano con ropas de monje al borde del camino de la Ermita sin herida ninguna. Lo que más les sorprendió fue la dulce sonrisa que se dibujaba en su rostro, y que en sus manos tenía una rosa blanca.
A pesar de esta preciosa leyenda, las andanzas reales de Cristóbal Ruiz, Juan Zamarrilla están documentadas y su final, tras cientos de tropelías, fue otro muy distinto, ya que fue fusilado por los soldados del batallón del Regimiento de Cazadores de Barbastro en Igualeja el día 10 de noviembre de 1851. Sin embargo, la historia llegó a ser tan famosa que llegó a los responsables de la productora americana Circle the Globe, que quedaron tan impresionados por la historia que enviaron un equipo de grabación para hacer un programa sobre la leyenda para el canal de televisión Discovery Max.
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